02 octubre, 2008

Llueve. el hombre que tiene todas sus pertenencias en el jardín se sienta en su mecedora. La lámpara de pie esta encendida, es de noche. Acomoda sus pies en la alfombra, que poco a poco se va empapando del agua ensordecedora que cae del cielo. El cuadro que pende de la enredadera empieza a desvairse lentamente. Cambia de formas, de colores.
Luego empieza a chorrear.
Lo bueno es que no tengo que cambiarle el agua al florero,- piensa el hombre que vive a la intemperie. En realidad no es un jardín. Es una terraza de una casa de 2 pisos. Desde aquí puedo ver la lámpara encendida.
Prende su pipa. Le lleva un rato, tiene que cubrirse con el papel del periódico que ha leído esta mañana, antes de que llueva. El perro lanudo se acomoda a sus pies, chorreando, oliendo como huelen los perros lanudos cuando se mojan; a él no le incomoda que la tostadora no pueda usarse los dias de lluvia. Ni que se le agüe el café con leche. Pero el hombre que vive a la intemperie ya está empezando a plantearse si es tan buen negocio eso de quedarse afuera sólo para no perder de vista el mundo. Le gustaría poder comer las tostadas secas los días de agua y viento frío.

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