30 enero, 2005

Dígame como tengo que hacer. Le preguntó.

Es fácil, sólo déjese llevar.

Como, ¿así nomás?

Si. Déjese llevar y todo va a salir solo.

Bueno, ¿y qué me dijo que conseguía?

El olvido.

Cierto. (Bueno, está bien, le voy a hacer caso, total...) Y le hizo caso nomás por no llevar la contraria, porque estaba muy cansado y se sentía triste, y no tenía nada mejor que hacer.

Se metió entre la multitud del centro vestido con su bufanda y su abrigo descosido de lana, siempre despeinado, pensando en esas cosas de siempre. Los que venían detrás suyo empezaron a empujarlo. Poco a poco, según avanzaba, iban cayendo cosas. Atrás quedó la bufanda, atrás las zapatillas, el abrigo, la música que cantaba por lo bajo. Se le llenó el alma de humo de la ciudad. Y cuando llegó a la plaza central, con traje impecable y corbata, sus zapatos de piel, raya al medio, engominado hasta no reconocerse como había sido, se descubrió pensando que ya era invierno otra vez y que tenía que comprarse un coche nuevo, y un piso, y un reloj más adecuado a su nuevo status....

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