12 enero, 2005

hoy



El tiempo se alarga, se estira, se desarma, se invade a sí mismo, pero sin entrar en guerra. Y así, las acciones cotidianas, las pequeñas cosas, se hacen eternas.

Lleva más tiempo levantarse, y nos encontramos con que se nos fue el tren y ya empezó la clase, y ya total, podemos seguir con nuestro ritual de encontrar la ropa entre el quilombo que no tiene ganas de ser ordenado (no durará mucho); y el rincón del baño donde se guarda la pasta de dientes no se explica la demora inordenada. Se desfasan los orarios, pierden las haches, llegamos en el momento adecuado al lugar correcto -qué fea palabra-, imprecisamente porque no seguimos el dictado del reloj. Pero tenemos fe (o nos importa un carajo) que lo que quiera que sea, sea cuando lleguemos.

Es más, nos atrevimos a cambiar de hora como quien da media vuelta en la cama, un segundito más, hoy que estoy tan cansada...pero no tengo que quedarme dormida.

Y de pronto es de noche. Y vuelven a volar las actividades cotidianas, y el tiempo no es tiempo -nadie sabe si soñó-, y nadie se explica por qué ahora las duchas y las comidas duran hora y media, si antes...nadie, tampoco, recuerda el antes. Para qué, si el ahora, desde ya, se volvió eterno.





No hay comentarios: