27 julio, 2004

Ya sé que no es otoño*

¿Será que llegó el otoño? Se abrochó bien los botones del abrigo, cerró la puerta de casa y empezó a caminar. Una hoja seca cayó delante suyo en la vereda. Vio a lo lejos un remolino pequeño de aire, y sintió un escalofrío. Miró el cielo. Azul, despejado y con sol, pero triste entre los árboles dormidos. Se miró los zapatos. Observó sus manos secas durante un rato; manos de pianista, pensó. Y siguió caminando. Recordó que era domingo.
Se metió las manos en los bolsillos mientras pasaba por un parque donde conversaban unos chicos. Cuando llegó al puerto había algunas familias paseando al sol, barriletes, olor a praliné y perros sonrientes que jugaban con pelotitas rojas.
Y empezó a volver a su casa.
De golpe se sintió viejo y cansado, desilusionado, solo. Se sintió muy solo. Tenía 20 años. Revisó su vida con un vacío en el pecho. Una vida normal, poco arriesgada. Vio por primera vez que quizás ni siquiera había amado realmente. Se le hizo un nudo en la garganta. Pensó que pocas veces se había dado una oportunidad, o le había dado una oportunidad a alguien. Recordaba muchas cosas. En los pocos pasos que dio mientras pensaba en eso, tuvo tiempo de empezar a llorar como nunca lo había hecho. Lloraba por nada y por todo, le dolía demasiado el alma como para evitarlo. Y siguió llorando. Llegó a la puerta de su casa. Sin fuerzas se sentó en la entrada un minuto antes de que el último sol del día iluminara, en el suelo, un papelito gastado. Lo miró. Con la cabeza entre las manos, llorando todavía, leyó con dificultad: ¿Será que llegó el otoño?




*
Disculpen las molestias por el desajuste estacional. Estamos actualizando el sistema de catarsis.




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